EL ADN DE LOS GUALEGUAYCHUENSES
Por Gustavo Rivas
Nos preguntamos si la
condición de la comunidad gualeguaychuenses de valerse por sí misma, tiene
alguna relación con el carácter de los primeros habitantes. Algo hay.
Vivir con lo nuestro

El aislamiento se prolonga
Tanta adversidad generó en
aquellos pioneros tal fortaleza de espíritu, que se ha transmitido a las sucesivas
generaciones. Sin embargo, esa situación en origen, no es suficiente para
validar esas conclusiones.
Hay algo más; y es que esa situación inicial de soledad se mantuvo durante un siglo. Y aunque después se
atemperó, podemos decir que el aislamiento se extendió por otro siglo más.
Entonces sí, cobra sentido la relación con la idiosincrasia gualeguaychuense. Porque
la integración fue gradual: primero con el puerto, después con las rutas terrestres, a Buenos Aires y al resto de la provincia. Y con la apertura de los grandes puentes y
la autopista mesopotámica, para la época de nuestro bicentenario, se alcanzó la
integración territorial que dejó atrás el aislamiento.
En los inicios, esa situación
dificultaba todo y por ello el desarrollo se hacía muy lento. Para mediados del
siglo 19, las calles aún eran de tierra, las casas y hasta la pequeña
parroquia, de adobe y paja, sin alumbrado ni otros servicios. La población
crecía en forma vegetativa y con lentitud, aunque empezaban a llegar inmigrantes. Venían por agua y bajaban en un pequeño puerto.
Y algunos
ataques…
El espíritu de los
gualeguaychuenses se fue forjando en esa soledad. Además, tuvieron que
defenderse de algunas invasiones, como la de Juan Angel
Michelena en 1810, corrido luego por
las huestes de los primeros caudillos regionales, Bartolomé Zapata y Gregorio
Samaniego. Nos ayudó mucho Jose
Gervasio Artigas y después Francisco Ramírez, contra nuevas
invasiones enviadas desde Buenos Aires.
En 1845 Gualeguaychú fue ocupada
por las tropas de José Garibaldi, y
aunque algunos ya lo hemos perdonado, nuestros antepasados debieron soportar
ese mal trago. En 1852 llegaron las huestes antiurquicistas del General Manuel Hornos y en 1868 tuvimos la
invasión más letal: el cólera que dejó miles de muertos; en el campo se hacían
fosas comunes para enterrarlos. En 1870 nuevamente la guerra civil con Ricardo Lopez Jordán, y la batalla de la Isla.
Sin embargo, algo se había
movido en la ciudad- que lo fue desde 1851- ya teníamos el Teatro 1° de Mayo,
los cimientos de la Parroquia, iniciada en 1863, mismo año en que se remodeló
el puerto. Y algunas industrias -saladeros y molinos- ya funcionaban. Salvo el
puerto, todo se fue haciendo con el esfuerzo de los propios gualeguachuenses,
lo que iba perfilando aquello de “madre
de sus propias obras”
Primer gran salto en el desarrollo
Pero fue después de las
revueltas de Lopez
Jordán, 1875 en adelante, cuando se dieron las condiciones para el primer gran
salto de desarrollo: la pacificación de la provincia , la Ley Avellaneda de inmigración y las compañías
colonizadoras. Oleadas de extranjeros llegaban para aposentarse en los campos y
hacerlos producir. Se iban terminando los grandes latifundios, nacían las
colonias y empezaba a moverse la riqueza dormida del campo. Todo ello se
trasuntaba en la ciudad , en la que, inmigrantes como Domingo Garbino, instalaban sus molinos, saladeros, casas de
comercio, bancos y hasta empresas navieras. Se edificaba con ladrillo y a mayor
altura. Vinieron los empedrados, el alumbrado a gas, el teléfono y el tranvía.
Estos servicios eran atendidos por empresarios locales. La llegada del
ferrocarril en 1889 fue casi concomitante con la inauguración en 1890 de la
Parroquia San José, obra gigantesca para el Gualeguaychú de entonces. La impulsó un curita de 27 años: Luis N. Palma, y se hizo con el aporte de la comunidad. Se iba
plasmando en obras aquel ímpetu de no darse por vencidos.
A las escuelitas
particulares, se sumaron en 1892 las Rocamora y Mateu, además de la Rawson, que
ya existía.
Cambios en la década del centenario
Todo ello modificó la
estructura social. Nacían nuevas entidades: mutuales de inmigrantes (con sus
hermosos edificios), sociedades de baile, de beneficencia y las culturales, con
gran impulso. Pero en la década del Centenario de la Patria, la ciudad cambia su fisonomía. El palacio municipal, el de
tribunales, el frente de la Parroquia, el Banco de la Nación (actual Neptunia)
y la Escuela Normal se suman a bellas residencias particulares.
En la siguiente, varios
clubes deportivos se fundaron en esa década. La Sociedad de Beneficencia
construye el Hospital Centenario y un grupo de vecinos hace el Teatro
Gualeguaychú. Que, a diferencia de otros, se financia con una gran colecta
societaria. Esto último vuelve a marcar esa condición gualeguaychuense: la del
esfuerzo común. Por si faltara una prueba, en 1923 un grupo de ganaderos se
agrupa para emprender la obra más emblemática de nuestra historia: el
Frigorífico Gualeguaychú, con alma de cooperativa y forma de sociedad anónima.
¡He ahí el sello Gualeguaychú! La zona rural ofrecía su correlato: en los años
20 los frentistas se agrupaban en consorcios para construir y mantener caminos.
Cabe destacar que todas estas
obras, el impulso nacía de los particulares pero con al apoyo del Estado.
Uno de aquello consorcios,
cambió la historia de la región. Fue cuando a Don David Della Chiesa se le ocurrió abrir ¡una ruta a Buenos
Aires! Aquel jalón tuvo su continuidad
en 1968, si bien en este caso, no fueron los gualeguaychuenses quienes hicieron
la obra. Pero fue nuestra ciudad la
protagonista de la mayor gesta que se
recuerde, para solicitar la obra Zarate Brazo Largo. Dos gualeguaychuenses
encabezaban ese movimiento interprovincial: mi padre, Andres R. Rivas y David
Della Chiesa (h).
En 1927 llegaron las obras sanitarias mientras la ciudad crecía al ritmo de las actividades; el barrio Pueblo Nuevo es muestra de ello y otros se iban formando. Y en cada uno se iban
levantando las nuevas capillas y parroquias. Algo de todo eso se habrá tenido
en cuenta para que en 1957, fuéramos sede
de la nueva Diócesis.
ADN Gualeguaychú
Dos años más tarde, sufrimos
la creciente más amplia de su historia. Y ratificando aquello de no sentirse vencidos, Eclio Giusto, uno los más perjudicados, 6 meses después, le
regalaba a los estudiantes, la primera carroza. Desde entonces el ADN gualeguaychuense tuvo una 5ta. base
nucleótida: la “carrocina”. Esa
tradición carrocera fue uno de los factores que viabilizaron el carnaval del país. Que se gestó en la misma década en que nacía nuestro
Parque Industrial, fruto del esfuerzo mancomunado de comerciantes,
industriales, y Municipalidad. Y el movimiento ambiental reciente nos muestra
que ese espíritu de lucha sigue vivo.
En conclusión: Gualeguaychú
es madre de sus propias obras por el
mérito de su habitantes a largo del tiempo y lo seguirá siendo; está en su ADN.
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