domingo, 28 de junio de 2009

María Eloisa de Elía, El Castillo y mucho más

Las generaciones jóvenes no la conocen. Los mayores la recuerdan como profesora de Dibujo y la asocian con un legado emblemático que dejó a Gualeguaychú: el castillo del río. Esta nota tiene por objeto rememorar todo lo demás que nos dejó y rescatar de un injusto olvido a esta mujer admirable.


No era oriunda de nuestra ciudad; nació el 6 de febrero de 1894, en Concepción del Uruguay, hija de Policarpo de Elía y Matilde Gaillard. Sus ascendientes maternos habían llegado a Entre Ríos con la inmigración de los cantones suizos que se instalaron en San José. Su abuelo Gaillard era herrero artístico y su madre suiza integró la primera promoción de maestras de la Escuela Normal de esa ciudad. Ella la inició en el amor a la pintura y le enseñó los tres idiomas que dominaba.

Con sus padres y su hermana menor, Matilde, se trasladó a Paraná en cuya Escuela Normal se graduó de Profesora de Enseñanza Secundaria. Paralelamente estudió pintura con el uruguayo Ángel Prieto, célebre miniaturista. También estudió caligrafía. En marzo de 1911 la familia se traslada a Gualeguaychú donde ingresa como Profesora de Dibujo y Caligrafía en la recién inaugurada Escuela Normal. En 1916 se incorpora como docente al Colegio Nacional que acababa de oficializarse. Curiosamente, su hermana menor, egresó con esa primera promoción. Matilde tiene hoy 106 años. El 20 de Agosto de 1931 María Eloisa se casó con José Sala Hernández. Tuvieron dos hijos: José, que murió a los 14 años de una enfermedad congénita y Rafael.

En el Colegio, trabó amistad con su colega docente Don Horacio Rébori y cuando éste compró toda la Isla de la Libertad en 1917, mucho antes de lotearla, le regaló a María Eloisa el solar conocido como "peñón del puerto". Allí hizo construir con David Angelini el chalet "Edelweiss" que ella misma dibujara: mezcla de anglo normando con toques de neogótico; combinación de castillo y casa de muñecas, jugando graciosamente con los volúmenes. Dejó de habitarlo en 1959, cuando se jubiló y coincidentemente se produjo la gran creciente. Y ahí quedó para la admiración de las nuevas generaciones, lugareños y turistas.

Pero hizo muchas cosas más: Algunas las vemos a diario, sin saber que salieron de su manos. Otras permanecen a la espera de la difusión que merecen. En 1948 el R. P. Pedro Blasón, le encargó que diseñara el camarino de la Virgen del Rosario, elemento central del altar mayor de la actual Catedral. Ella lo bosquejó en estilo renacimiento italiano, con rosas y hojas de acanto en bajorrelieve. Hizo traer de San Luis el ónix para las columnas y la cúpula del templete, que semeja una filigrana, se hizo con bronce donado por muchas familias de Gualeguaychú, en el taller de arte religioso del orfebre José Turletto de Buenos Aires. No es la única obra suya en ese templo.

En la parte exterior del ábside, sobre calle Rosario, se conserva intacta una mayólica que representa a la Virgen Patrona, realizada también por María Eloisa. El R. P. José Schachtel le encargó que diseñara el piso para del templo de Santa Teresita. Lo hizo como una guía de rosas en forma de óvalo. Lamentablemente la obra no se pudo realizar, pero el modelo -realizado por López Hermanos- todavía luce en el pasillo central de ese templo.

Diseñó magníficos pergaminos para acontecimientos importantes, como las bodas de oro del Padre Colombo, con texto de Luis Doello Jurado o el álbum conmemorativo de los 25 años de la Escuela Normal y el pergamino para igual aniversario del Colegio Nacional. Este magnífico trabajo de 1940 sobre seda, se conserva en su Rectoría y en él se aprecian las dotes de la eximia miniaturista.

En 1937 inscribió a alumnos suyos en un concurso internacional de cátedras de dibujo a realizarse en París, para colegios secundarios. Desde aquí se enviaron excelentes trabajos sobre motivos botánicos que obtuvieron Primer Premio para el Colegio Nacional de Gualeguaychú. Uno de sus alumnos más brillantes fue Tato Jeandett a quien años después, conocí en Buenos Aires.

Pero casualmente su obra más admirable, la que más tiempo le insumió y en la que dejó registrada su amplísima ilustración sobre temas de la cultura, es la menos conocida. A principios de la década de 1940 concibió la idea de condensar en un libro destinado a sus alumnos, la Historia del Arte. Abarcaba las principales manifestaciones del arte universal, desde las civilizaciones más antiguas. No llegó a completarla, pero la parte que concretó abarca desde el período paleolítico hasta Grecia y Roma, pasando por Asiria, Caldea, Creta y Egipto. Mucho material lo había recogido en un prolongado viaje por Europa en el que tomó contacto con las fuentes originales de algunas de esas culturas. Ella misma presentó la primera parte de esa obra, en una brillante conferencia sobre el arte, dictada en la Universidad Popular.

La enciclopedia abarca tres tomos escritos a máquina, con abundantes ilustraciones. El contenido es enjundioso, aunque su texto es ágil y de fácil lectura, dedicado a público general. En las atractivas ilustraciones aparece su detallismo miniaturista en todo su esplendor. A simple vista, muchas de ellas parecen fotografías, pero están hechas en lápiz o tinta china.

Ya jubilada, en 1960 se trasladó a Bs. Aires y allá trabajó como restauradora de importantes museos. Veinte años después, unos meses antes de morir -3 de Julio de 1981- volvió a su querido Gualeguaychú. Visitó el Instituto Magnasco y expresó su voluntad de que su Historia del Arte quedara en esa casa. También su deseo de descansar definitivamente entre nosotros, sus vecinos, sus alumnos. No se cumplió íntegramente: cuando sus restos fueron traídos, hubo muy poca gente. Estamos en deuda.

Al año siguiente, su hermana Matilde fue portadora del legado bibliográfico y desde entonces, los tres tomos están en el Magnasco. En 1983 con motivo del centenario de la ciudad, se realizó una exposición parcial de la obra, presentada con un magnífico discurso de Diola Barel, cuyos datos hemos consultado.

Finalmente tres sugerencias: 1) Cuando se hagan los circuitos culturales en el Cementerio Norte no se olviden de incluir su tumba. 2) Algún mecenas podría completar la obra, financiando su digitalización para que ese tesoro cultural pueda llegar a todos, como ella quería. 3) Y si una calle o espacio público lleno de naturaleza y colorido anduviera buscando nombre: ¡Paseo de María Eloisa! Será justicia.