domingo, 4 de octubre de 2009

Herman Fandrich: un inmigrante (Tercera Parte)


A partir de la habilitación del servicio directo mediante el cruce en balsa, Herman Fandrich, primero en conseguirla, pasó a liderar el transporte de pasajeros a Buenos Aires. Además, era la única línea que hacía el servicio Bs. Aires-Concepción del Uruguay. Eso le permitió incorporar unidades modernas, como un Ford ´46, cero km, comprado a Topa Open, que hizo carrozar en Bs. Aires. Los coches hacían un solo cruce en balsa, de tres horas y media. Embarcaban en Puerto Constanza, sobre costa entrerriana, en el Paraná Guazú; luego recorrían unos 30 km por el canal Hipólito Irigoyen y desembarcaban en rate, en la costa bonaerense sobre el Paraná de las Palmas. Antes de llegar allí, retiraban los protectores de parabrisas y seguían hasta Buenos Aires por la vieja ruta 9, asfaltada. A fines de los años 50 se habilitó el paso terrestre por la Isla Talavera -25 km- con lo que el tramo de balsa se desdobló en dos cruces breves, de ambos brazos del Paraná. La cabecera entrerriana se trasladó a Brazo Largo. El punto de llegada en Bs. As. estaba en el barrio de Once: calle La Rioja N° 238, propiedad de la empresa La Estrella - unía Bs. As. con Necochea - de los Sres. Bozzini, con quienes Herman siempre tuvo muy buena relación.

Sin embargo, aquella etapa de crecimiento, pronto se iba a ver misteriosamente interrumpida.

Cómo se viajaba

A los pasajeros de hoy seguramente les resultará interesante conocer cómo viajaban sus abuelos. Los colectivos eran más chicos, sus asientos eran fijos y obviamente, no tenían climatización, ni música funcional. En verano, el único recurso ante el calor, era abrir las ventanillas. Pero ello hacía entrar una nube de polvo porque caminos eran de tierra. Así, entre la sofocación del calor y la entrada de tierra, a la llegada, los rostros eran fantasmagóricos. La rudeza del camino, con sus huellones y pozos, exigía chasis aguantadores, duros de suspensión. A ello hay que agregar la duración del viaje, que en situación normal, variaba entre 9 y 10 horas. Porque cuando había niebla –en invierno era frecuente- las balsas no navegaban de noche y había que permanecer en espera dentro del ómnibus, hasta bien entrada la mañana. Como no había servicio meteorológico satelital ni comunicaciones inalámbricas, el riesgo de lluvia era imprevisible. Si ello ocurría, los ómnibus solían empantanarse y los pasajeros tenían dos opciones: permanecer largas horas hasta que llegara el auxilio o bajarse los hombres para empujar. Generalmente optaban por esto último, que suponía embarrarse hasta las rodillas. Pero lo que todos querían era ¡llegar cuanto antes! Y aunque no se empantanaran, ante un golpe de lluvia había que parar para que el guarda pudiera subir al techo por una escalerita fija, para cubrir las valijas con una lona impermeable.

Después de la gran creciente de 1959 frente a las instalaciones de la firma martillera Daroca Vicco y Verónpasando el empalme a Islas- había quedado un tramo fangoso de unos 100 metros. Por ese motivo, todos los pasajeros debían bajarse para que el coche vacío pudiera tomar envión y así transponer el tramo. Los pasajeros luego lo cruzaban a pie y retomaban – con un poco de barro- el ajetreado viaje. El momento más placentero era el de la comida: todos llevaban algo para matar el hambre en el largo trayecto y era frecuente el intercambio, aún cuando no se conocieran, pues con tantas peripecias compartidas, al promediar el viaje ya todos eran amigos. Cuando el coche llegaba, el guarda –que a la vez era maletero- se encargaba de bajar las valijas. Pero no las entregaba enseguida; primero había que plumerearlas para que fueran apareciendo, por lo que era conveniente tomar distancia. No había peligro: nadie robaba nada.

Un patrón con overol.

Herman había trabajado en una variedad de oficios que le otorgaban una preparación amplia. El no sólo estaba el frente del taller de mantenimiento de su empresa sino que cubría múltiples funciones; eso hoy nos despierta asombro. Don Enrique Delcausse uno de sus choferes – hoy tiene 80 años- me contaba que más de una vez lo acompañó a hacer auxilios y llegados al lugar del coche descompuesto, Herman hacía la reparación. En algunas oportunidades esa tarea requería una etapa previa, como fabricar la pieza de repuesto, en épocas en que escaseaban. Cambiaba motores, diferenciales, reparaba chasis…pero los hacía andar… nos grafica a modo de conclusión el memorioso Enrique. Y hasta hoy se asombra de la fuerza física de su patrón: una vez le vi cargar en sus brazos un motor y llevarlo de un lado a otro. En algunas oportunidades, la tarea abarcaba ítems más importantes, como fabricar una carrocería completa. Su amigo Carlos Fischer se encargaba de la carpintería en madera – se usaba ese material- luego Herman hacía el forrado en chapa y la pintura. Obviamente, en casos de emergencia, también oficiaba de chofer.

Coca Boggiano: ama de casa y empresaria.

Del matrimonio con Coca Boggiano habían nacido los cuatro hermanos Fandrich: Luisa, Nelly, Alberto D. y Carlos Alfredo. Si bien ella provenía de una familia de buena posición- era hija de Don Daniel Boggiano, titular de un importante taller metalúrgico- no había tenido hasta entonces ninguna experiencia empresaria. Pero a partir de los viajes directos, se hizo necesario montar toda una estructura en Buenos Aires. Había que supervisar la terminal de calle Rioja, reserva y venta de boletos, lavado y mantenimiento de los coches, además de efectuar trámites bancarios y gestiones ante reparticiones de la administración pública. No era el fuerte de Herman: él estaba para los fierros. Se necesitaba una persona de total confianza y nadie mejor que la propia esposa. Allá marchó Coca con sus dos hijos menores, Beto y Carlitos. Se instalaron en un departamento de Charcas y Larrea y durante varios años, ella asumió con empeño y firmeza una labor intensa y de gran responsabilidad. Tomar decisiones, resolver problemas, que exigían aptitudes especiales, aún para los del sexo fuerte. Pero esto ocurría en épocas en que recién la mujer obtenía -por gestión de Eva Perón- el derecho al voto. No era común entonces ver mujeres administradoras, gestoras o empresarias. Coca lo hizo con gran solvencia y se constituyó en el puntal que la empresa familiar necesitaba en Buenos Aires. Ella jugó un rol fundamental a la hora de tomar después una difícil decisión para el destino de la empresa. Lo contaremos el próximo domingo.