lunes, 20 de octubre de 2014

El ADN de los Gualeguaychuenses

EL ADN DE LOS GUALEGUAYCHUENSES
Por Gustavo Rivas

Nos preguntamos si la condición de la comunidad gualeguaychuenses de valerse por sí misma, tiene alguna relación con el carácter de los primeros habitantes. Algo hay.

Vivir con lo nuestro

Ellos no vinieron con una expedición fundadora; ya estaban afincados desde antes. No tenían una autoridad a quien someterle sus problemas: se las arreglaban solos. Se habían congregado cerca de una capilla, en el centro del rancherío. Pero ésta no tenía un cura estable y estaba en virtual abandono. Por si algo faltara, los vecinos no tenían títulos de sus terrenos y a los terratenientes -que sí los tenían- pretendían expulsarlos por “ocupas”, como diríamos hoy. Así vivían cuando pasó por acá el primer Obispo del Río de la Plata, Sebastián Malvar y Pinto – que instó la fundación de estos pueblos- y cuando llegó Tomas de Rocamora. Ellos sí que practicaban aquello de “vivir con lo nuestro”. Sólo por agua, podían viajar a la única población cercana de la región: Santo Domino de Soriano.




El aislamiento se prolonga

Tanta adversidad generó en aquellos pioneros tal fortaleza de espíritu, que  se ha transmitido a las sucesivas generaciones. Sin embargo, esa situación en origen, no es suficiente para validar esas conclusiones.
Hay algo más; y es que esa situación inicial de soledad se mantuvo  durante un siglo. Y aunque después se atemperó, podemos decir que el aislamiento se extendió por otro siglo más. Entonces sí, cobra sentido la relación con la idiosincrasia gualeguaychuense. Porque la integración fue gradual: primero con el puerto, después con  las rutas terrestres, a Buenos Aires y al resto de la provincia. Y con la apertura de los grandes puentes y la autopista mesopotámica, para la época de nuestro bicentenario, se alcanzó la integración territorial que dejó atrás el aislamiento.
En los inicios, esa situación dificultaba todo y por ello el desarrollo se hacía muy lento. Para mediados del siglo 19, las calles aún eran de tierra, las casas y hasta la pequeña parroquia, de adobe y paja, sin alumbrado ni otros servicios. La población crecía en forma vegetativa y con lentitud, aunque  empezaban a llegar inmigrantes. Venían por agua y bajaban en un pequeño puerto.

 Y algunos ataques…

El espíritu de los gualeguaychuenses se fue forjando en esa soledad. Además, tuvieron que defenderse de algunas invasiones, como la de Juan Angel Michelena en 1810, corrido luego por las huestes de los primeros caudillos regionales, Bartolomé Zapata y Gregorio Samaniego. Nos ayudó mucho Jose Gervasio Artigas y  después Francisco Ramírez, contra nuevas invasiones enviadas desde Buenos Aires.
En 1845 Gualeguaychú fue ocupada por las tropas de José Garibaldi, y aunque algunos ya lo hemos perdonado, nuestros antepasados debieron soportar ese mal trago. En 1852 llegaron las huestes antiurquicistas del General Manuel Hornos y en 1868 tuvimos la invasión más letal: el cólera que dejó miles de muertos; en el campo se hacían fosas comunes para enterrarlos. En 1870 nuevamente la guerra civil con Ricardo Lopez Jordán, y la batalla de la Isla.

Sin embargo, algo se había movido en la ciudad- que lo fue desde 1851- ya teníamos el Teatro 1° de Mayo, los cimientos de la Parroquia, iniciada en 1863, mismo año en que se remodeló el puerto. Y algunas industrias -saladeros y molinos- ya funcionaban. Salvo el puerto, todo se fue haciendo con el esfuerzo de los propios gualeguachuenses, lo que iba perfilando aquello de “madre de sus propias obras

Primer gran salto en el desarrollo

Pero fue después de las revueltas de Lopez Jordán, 1875 en adelante, cuando se dieron las condiciones para el primer gran salto de desarrollo: la pacificación de la provincia, la Ley Avellaneda de inmigración y las compañías colonizadoras. Oleadas de extranjeros llegaban para aposentarse en los campos y hacerlos producir. Se iban terminando los grandes latifundios, nacían las colonias y empezaba a moverse la riqueza dormida del campo. Todo ello se trasuntaba en la ciudad, en la que, inmigrantes como Domingo Garbino, instalaban sus molinos, saladeros, casas de comercio, bancos y hasta empresas navieras. Se edificaba con ladrillo y a mayor altura. Vinieron los empedrados, el alumbrado a gas, el teléfono y el tranvía. Estos servicios eran atendidos por empresarios locales. La llegada del ferrocarril en 1889 fue casi concomitante con la inauguración en 1890 de la Parroquia San José, obra gigantesca para el Gualeguaychú de entonces. La impulsó un curita de 27 años: Luis N. Palma, y se hizo con el aporte de la comunidad. Se iba plasmando en obras aquel ímpetu de no darse por vencidos.
A las escuelitas particulares, se sumaron en 1892 las Rocamora y Mateu, además de la Rawson, que ya existía.

Cambios en la década del centenario

Todo ello modificó la estructura social. Nacían nuevas entidades: mutuales de inmigrantes (con sus hermosos edificios), sociedades de baile, de beneficencia y las culturales, con gran impulso. Pero en la década del Centenario de la Patria, la ciudad cambia su fisonomía. El palacio municipal, el de tribunales, el frente de la Parroquia, el Banco de la Nación (actual Neptunia) y la Escuela Normal se suman a bellas residencias particulares.

En la siguiente, varios clubes deportivos se fundaron en esa década. La Sociedad de Beneficencia construye el Hospital Centenario y un grupo de vecinos hace el Teatro Gualeguaychú. Que, a diferencia de otros, se financia con una gran colecta societaria. Esto último vuelve a marcar esa condición gualeguaychuense: la del esfuerzo común. Por si faltara una prueba, en 1923 un grupo de ganaderos se agrupa para emprender la obra más emblemática de nuestra historia: el Frigorífico Gualeguaychú, con alma de cooperativa y forma de sociedad anónima. ¡He ahí el sello Gualeguaychú! La zona rural ofrecía su correlato: en los años 20 los frentistas se agrupaban en consorcios para construir y mantener caminos.

Cabe destacar que todas estas obras, el impulso nacía de los particulares pero con al apoyo del Estado.

Uno de aquello consorcios, cambió la historia de la región. Fue cuando a Don David Della Chiesa se le ocurrió abrir ¡una ruta a Buenos Aires!  Aquel jalón tuvo su continuidad en 1968, si bien en este caso, no fueron los gualeguaychuenses quienes hicieron la obra. Pero fue nuestra ciudad  la protagonista de la mayor gesta  que se recuerde, para solicitar la obra Zarate Brazo Largo. Dos gualeguaychuenses encabezaban ese movimiento interprovincial: mi padre, Andres R. Rivas y David 

Della Chiesa (h).

En  1927 llegaron las obras sanitarias mientras la ciudad crecía al ritmo de las actividades; el barrio Pueblo Nuevo es muestra de ello y otros se iban formando. Y en cada uno se iban levantando las nuevas capillas y parroquias. Algo de todo eso se habrá tenido en cuenta para que en 1957, fuéramos sede  de la nueva Diócesis.

ADN Gualeguaychú

Dos años más tarde, sufrimos la creciente más amplia de su historia. Y ratificando aquello de no sentirse vencidos, Eclio Giusto, uno los más perjudicados, 6 meses después, le regalaba a los estudiantes, la primera carroza. Desde entonces el ADN gualeguaychuense tuvo una 5ta. base nucleótida: la “carrocina”. Esa tradición carrocera fue uno de los factores que viabilizaron el carnaval del país. Que se gestó en la misma década en que nacía nuestro Parque Industrial, fruto del esfuerzo mancomunado de comerciantes, industriales, y Municipalidad. Y el movimiento ambiental reciente nos muestra que ese espíritu de lucha sigue vivo.

En conclusión: Gualeguaychú es madre de sus propias obras por el mérito de su habitantes a largo del tiempo y lo seguirá siendo; está en su ADN.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Miguel Ángel Chacón: Un artista completo

MIGUEL ÁNGEL CHACÓN: UN ARTISTA COMPLETO

En homenaje a Miguel Ángel Chacón, en el 29° aniversario de su muerte.



Abrazo de Chacón al autor de esta nota al agradecer el discurso de homenaje en Club Neptunia, 1971.







     Esta nota tiene por objeto recordarlo, a pocos días de la restauración de su  monumento recordatorio por parte del grupo “Dichos, Historias y Personajes de Gualeguaychú”. Y cerca de cumplirse los 30 años de su desaparición, ocurrida el 15 de octubre de 1985.

Hijo de Marcelino Chacón y Juana Irigoitía Casal, había nacido el 6 de Febrero de 1911, justo el día en que Nicolás Montana fundaba El Argentino. Cursó los primeros años de primaria en la Escuela Villalba, la de su barrio, y luego en la Rawson.

El músico:

El Padre Pedro Blasón, joven párroco de San José -a quien su madre lo había confiado- descubrió las virtudes musicales de aquel niño. ¿Cómo? Un día lo encontró ejecutando el órgano, de oído. Y desde entonces, le ayudó en sus primeros pasos como estudiante de  música, acá y en Paraná. Luego se perfeccionó  con el Maestro Peregrino Herrero de nuestra ciudad.

A sus condiciones innatas para la música, como ejecutante en piano y con una voz privilegiada, hay que sumar las dotes de compositor. Hay algo más importante: el inmenso cariño por ese género artístico y la generosidad con que ayudó a su difusión. A tal punto, que durante muchos años se desempeñó como Maestro de Música en la escuela Gervasio Méndez,sin percibir su sueldo porque el cargo aún no estaba reconocido.

Fundó varias orquestas pero la que más se recuerda es la Tropicana Club.
Ese memorable conjunto se inició en 1946 y tuvo dos formaciones. La primera, lo contaba a el como Director y además, en piano y canto; en guitarra, Lorenzo Macías, luego Hugo Dorrego. Trombón: Rodolfo Migueles padre, luego Coco Oliver. Contrabajo: Raúl Andisco; en batería, Carlitos Casquero. Acordeones: Eduardo Chiche Echazarreta  y José Antúnez. Acompañamiento rítmico: Luis Pérez, luego Carlitos Celio. Vocalista: Carlitos Barthelemy y después, Emilio Alvarez.

En la segunda formación, a partir de de la desmembración de la Dixieland Jazz (1958), el Maestro conforma la orquesta del siguiente modo: acordeones: Fito Perezón Raúl Casenave; batería: Carlitos Celio; contrabajo, Emilio Jurado. Bandoneonista, Carmelo Silva. Vocalistas: Chacho CamejoPedrín Pía Gustavo Machado. Luego, Roberto Atonatty y Negro Lamas.

Durante toda su trayectoria, la presentación de la Tropicana se iniciaba con
los siguientes versos, acompañados de un potente fondo musical:

Sones de parches que rompen
en la noche su tabú…
Ritmo vibrante y caliente
¡Ritmo de la Tropicana Club!

Seguramente muchos concurrentes a los grandes bailes de los años 50 y 60 que hoy peinan canas, recordarán aquella inolvidable presentación.

Y en tren de rescatar recuerdos del gran artista, muchas veces nos hizo vibrar con su melodiosa y potente voz. Como cuando en la parte final de su actuación, y generalmente a pedido del público, irrumpía con su canción más emblemática: ¡Granada!. Nadie como él en Gualeguaychú la entonaba con tanta fuerza, sentimiento y excelsitud artística. Gastón Laxague ha rescatado una vieja grabación de esa interpretación.

Pero tenía otros temas que se habían convertido en clásicos de sus actuaciones: la Bien Pagá, PerfidiaVirgen NegraEl cardenalPuente de PiedraEl reloj y la hiedra,CarameleroEl toro y la luna. Su histrionismo lo llevaba a interpretar con mucha gracia e ironía otros temas que arrancaban la risa del público, como el Basta ChicheCastillito de la playaMe picó una avispa, Conga Conga,  entre otros.

Como compositor, se recuerda una canción melódica: En el Oeste  que escribió para el Club Defensores, en cuyos bailes (también en Central e Independiente) animó jornadas memorables.

Con su orquesta, acompañó en sus primeras presentaciones a Papelitos y también a Ara Yeví. Pero lo que más permanece en al memoria pueblerina es su participación en La Barra Divertida, cuyo tema, que hasta hoy se tararea, Dale Momo dale Momo, fue de su autoría.

También compuso una Marcha a Gualeguaychú, que estrenó en la Estación del Ferrocarril junto a un grupo de músicos del Regimiento local.

Director y autor Teatral.

Pero no sólo en música descolló Guecho como artista.

Fue también un destacado  autor y director de teatro. Tanta era su identificación con la querida escuela donde ejercía la docencia en música, que cuando fundó su grupo teatral, le impuso como nombre Grupo de teatro Vocacional Gervasio Méndez.

Su master piece teatral fue la obra Martina Frutos. Escrita por él, sobre la vida de un personaje del Gualeguaychú de los inicios, llegó a representarse nada menos que ¡en el TeatroCervantes de Buenos Aires! El papel principal estuvo a cargo de Berta Devoto  y junto a ella, Alberto Puccio, Luisa Bielmeier y Carlos Arrúa. También dirigió El Cuarto de Verónica, de Ira Levin y Luz que se apaga, adaptación  que hizo Chacón de  Luz de Gas (Gaslight) película inglesa de 1940 dirigida por Thorold Dickinson). Fue en el Teatro Arlequín, de Mario Fischer y actuaron: Guillermo Santos LedriLuisa Bielmeier, Rodolfo Migueles y Juan Reynoso. La  ensayaban en su casa de calle Ituzaingó.  En Los apuros de papá, actuaron: Miguel Silvestrini, Guillermo Santos Rulo Ledri, Silvina Larrea, Grillo Espino, Mirta Rodríguez de Larrivey, Alberto Puccio. Luego vino La mujerzuela respetuosa, de Jean Paul Sastre, estrenada en Francia en 1946 y adaptada por Chacón. Actuaron: Rodolfo Migueles, Berta Devoto, Tape Lerrivey, Rulo Ledri y JuanReynoso.

En 1972  Chacón dirigió Daniel Frutos por entonces estudiante secundario que participaba en los célebres certámenes de la Escuela Méndez, en Las manos de Eurídice, monólogode Pedro Bloch. También fue autor de la comedia musical  Papá busca marido á busca marido   y de la obra en un acto  Todo es nueva ola.

Y por último, Brotes de Primavera, su obra póstuma que  ensayaban en la Asociación Musical, con Gustavo Machado, Rulo Ledri y otros. No pudo ser; Miguel  falleció repentinamente antes del estreno, en Octubre de 1985.  

Representó en muchas salas de Gualeguaychú, Buenos Aires y otras ciudades de la Provincia. Pero indudablemente su fuerte, como me lo recordaba Rulo Ledri, fue el Teatro Gualeguaychú.

No sólo por cada representación teatral en sí, sino por el clásico “final de fiesta” que Chacón ofrecía como regalo a su público: Luego de una pausa, se levantaba el telón y aparecía la Tropicana en pleno, con un Chacón caracterizado para la ocasión, con vestimenta de alguno de los personajes de sus canciones. La que más se recuerda es la del Caramelero.Mientras cantaba, tiraba caramelos que llegaban hasta el paraíso, mientras el público estallaba en infinitas ovaciones. En más de una oportunidad, hubo que abrir las puertas de la sala, para que la gente que había quedado afuera pudiera participar de la fiesta. Y ese era el genuino, el 100% Chacón: compartiendo el arte y la alegría con su pueblo! Por eso fue tan popular.

En sus últimos años apareció un género que antes no había cultivado y le permitía incorporar sus dotes de humorista y veloz improvisador. Sus diálogos con el público –imperdibles- en salones más reducidos, fueron generando una modalidad que luego se hizo popular en Buenos Aires: el café concert. Todavía quedan en la memoria de muchos, las jornadas inolvidables en el Hostal del Virrey  de Cacho Prevot. Era mejor que sus similares porteños, porque en el de acá, como pueblo chico que éramos, Miguel se conocía con el 90% de sus contertulios y la gracia estaba en que se bancaba todas las cargadas, pero luego había que aguantarse la réplica. Él trasuntaba la primera condición que debe reunir quien se pretenda humorista: empezar por reírse de sí mismo.

Poeta:

Por si le faltara algo para merecer el calificativo de Rulo Ledri: el artista más completo,  fue también poeta. En 1967 publicó un librito de poesías: Miniaturas del Teatro de la Vida, con portada de Pipo Fischer. En 1983 con motivo del bicentenario, presentó en la Asociación Musical Motivos de mi ciudad, con prólogo Rodolfo García.

Historiador:

A través de diversas publicaciones en  El Argentino plasmó tramos de nuestra pequeña historia lugareña, como la de los antiguos bares y sus noches de bohemia, sobre el Teatro Gualeguaychú y otros temas. Y dejó una obra inédita en manos de Pedro González, que luego pasó de éste Mario FischerMemorias,  que bien podría editarse en 2015 para el 30° aniversario.

Homenajes:

Aunque pocos lo recuerdan, en 1971 un grupo de ciudadanos que integrábamos con Stella MaradeyLuchi Majul y otros, le rendimos un homenaje en el Club Neptunia al cumplir 40 años de vida artística, del que se adjunta fotografía.

En 1986 al año de su muerte, un grupo de vecinos entre los que estaban América Barbosa, Luisa Riffel y Rulo Ledri, planificaron el homenaje que culminó con la inauguración del monumento que acaba de restaurarse, obra de Oscar Rébora, con figuras representativas de las distintas artes en que brilló.

Por todo eso hoy, a 29 años de su muerte, sólo nos resta decirle una vez más:

¡¡¡ MUCHAS GRACIAS MAESTRO!!!!

martes, 14 de octubre de 2014

Gato y Mancha: Una proeza Argentina.

Los dos caballos criollos que asombraron al mundo
GATO Y MANCHA: UNA PROEZA ARGENTINA

     Algo debían tener las pampas argentinas para que tantos extranjeros, luego de admirarlas, se quedaran a vivir entre nosotros. Roberto Cunningham Graham fue uno de ellos y recaló en Gualeguaychú. Hasta peleó junto a López Jordán. Otro fue el suizo Aimé Félix Tschiffely que pasó por Londres y llegado a la Argentina, no quiso cambiar más de paradero. Luego de recorrerla, se afincó como profesor en un colegio de Quilmes. Ambos eran amigos y fue el escocés el que contagió al suizo su admiración por la raza de caballos criollos. No está demás recordar que cuando Cunningham volvió a su país, atravesaba Londres montando orgulloso su caballo argentino, para ir a cumplir funciones en el Parlamento.

     Don Aimé tenía dos pasiones: una era recorrer  el continente americano y la otra, la que le había transmitido su amigo. Y un día, ambas se unieron en una idea: hacer la travesía con los caballos criollos. Conocía la raza y sabía que ninguna otra reunía las condiciones de rusticidad y fortaleza que se necesitaban. Y resuelve contactar al Dr. Emilio Solanet, criador de esos equinos. Sus padres, Felipe Solanet y Emilia Testevín, habían fundado en Ayacucho -1880-  la estancia Los Cardales. En 1911, el hijo eligió un lote de padrillos y yeguas de las manadas de la tribu tehuelche del cacique Liempichún.

     Cuando se establece el contacto, en 1925 Los Cardales había conformado un plantel de esa raza que le otorgaba prestigio.  Y ahí acudió el inquieto suizo. Emilio Solanet  no sólo compartió la idea. Fue tanto su entusiasmo, que le ofreció dos de sus mejores ejemplares: Gato y Mancha,  de 15 y 16 años. No eran fáciles: criados en la Patagonia, ya habían puesto en aprietos a  varios domadores. Acababan de recorrer 3.000 km. con troperos que iban de Ayacucho a Chubut, casi un entrenamiento para lo que les esperaba.
EL RAID

     Luego de unas semanas de preparativos, la partida se concretó el 23 de Abril de 1925, desde la Sociedad Rural, en Palermo; la meta final era Nueva York. Un primer inconveniente fue la imposibilidad de llevar carpas; no existían las telas livianas actuales que permitieran ser portadas a caballo. El raid se hizo en 504 etapas y un promedio diario de 46 km. La primera parte por territorio argentino culminó en Salta. De allí cruzaron a Bolivia, donde les tocó enfrentar enormes dificultades. Como el paso El Cóndor entre Potosí y Chaliapata, a 5.900 m de altura, con temperaturas de hasta 18° bajo cero. En Perú debieron sortear el famoso desierto Matacaballos. En Centroamérica soportaron las pestes de las selvas húmedas y entre Huamey y Casma atravesaron treinta leguas con temperaturas de hasta 52° a la sombra. Sin agua ni forraje, sus patas se hundían entre 15 y 30 cm. en la arena caliente.

     Tschiffely relató después que  en más de una ocasión  estuvo a punto de renunciar, tanto por él como por  sus caballos: "Al llegar a los desiertos del Perú sentí que me abandonaban mis fuerzas. Repuesto de un desmayo prolongado, observé a mis dos bravos compañeros y tuve la sensación de que mi raid había terminado. Apenas tenía fuerzas para levantarme;  Mancha y Gato, con la cabeza baja, resoplaban ansiando aire, asfixiados en un ambiente de infierno”. Pero en cada ocasión, recordaba una frase que le había dicho Solanet al entregarle los caballos: "Si usted resiste, mis pingos no lo van a dejar". Eso le devolvía la fuerza para seguir  y los heroicos pingos, en cada dificultad, se lo volvían a demostrar.

      A ello se sumaba el vínculo espiritual establecido: “Mis dos caballos me querían tanto  que nunca debí atarlos y hasta cuando dormía, en alguna choza solitaria, sencillamente los dejaba sueltos, seguro de que nunca se alejarían más de algunos metros y de que me aguardarían en la puerta a la mañana siguiente, cuando me saludaban con un cordial relincho”.

LLEGADA TRIUNFAL

      Y así siguieron; en más de una ocasión debieron cruzar a nado, ríos desbordados con fortísimas correntadas; también, regiones dominadas por bandoleros: todo lo pasaron. En Méjico, Gato fue lesionado por la patada de una mula y lamentablemente no pudo continuar la marcha.

     Sus compañeros siguieron y  el 20 de Septiembre de 1928, llegaron por fin a Nueva York.

     No estaban solos: a medida que el raid avanzaba, el mundo entero adhería con asombro y admiración. Acá había pocas radios, la TV no se conocía, pero los diarios argentinos informaban de la travesía. Estados Unidos se conmocionaba a su paso y Europa palpitaba la hazaña por obra de un prestigioso propagandista que desde Londres se encargaba de su difusión: Roberto Cunninghan Graham.

      La jornada final fue apoteótica; la autoridad local había dispuesto una medida que sólo se toma en circunstancias excepcionales: se cerró el tránsito de la 5ta Avenida para que el público pudiera volcarse y aplaudir a los héroes. Cruzaron Manhattan hasta llegar al City Hall, donde los esperaba el Alcalde de Nueva York, James Walker acompañado de sus funcionarios y el Embajador Argentino Dr. Manuel Malbrán. Allí recibieron la Llave de oro  de la ciudad. Luego, los dos caballos fueron alojados en el Cuartel Central de Policía, cerca del Central Park. Un final merecido; habían pasado tres años y medio a lo largo de 21.500 km. por los 20 países  que dejaban atrás.

      Tres meses después, el 20 de Diciembre de 1928, llegaron en barco a Buenos Aires, donde tuvieron otro recibimiento multitudinario. Pero Gato y Mancha tuvieron un premio adicional: volver a retozar por sus añoradas pampas en Los Cardales.

DESPUÉS DE LA HAZAÑA

     Allí quedaron, al cuidado del paisano Juan Dindart hasta que murieron en 1944 y  1947. Ambos se encuentran embalsamados en el Museo Histórico de Luján.
Tschiffely siguió viajando por  América y Europa – ahora era famoso- pero siempre volvió a su Argentina. Dos años después, regresó nuevamente a  “Los Cardales”  para visitar a sus nobles compañeros. Bastó un silbido suyo para que Gato y Mancha lo reconocieran y vinieran al galope para saludar a su guía.

      En 1936 Cunninghan Graham, ya anciano, regresa por última vez a la Argentina. Quería conocer a los célebres caballos. Solanet lo invitó a  visitarlos en su campo, pero una repentina enfermedad le impidió a Don Roberto viajar. Por tal motivo, Solanet hizo los arreglos para que fueran entonces los caballos, los que visitaran a su admirador y propagandista, ya muy grave ¡en el lobby del Hotel Plaza! El encuentro no fue posible: cuando llegaron, acababa de morir.

      Al día siguiente, Buenos Aires entero se sumó al cortejo que acompañaba hasta el puerto los restos del ilustre visitante. Aunque muchos concurrieron también, para ver una vez más a la noble escolta que acompañaba al féretro: Gato y Mancha.

      En 1954 falleció Aimé Tschiffely. Por una disposición de última voluntad, transmitida por su viuda Violeta Hume, sus restos descansan junto a los de sus queridos caballos. En 1999 se sancionó en homenaje a estos, la Ley Nacional 25.125  que instituyó el 20 de Septiembre –el de su llegada a N. York- como Día Nacional del Caballo.

      Han pasado ochenta años. Talvez, la mayor parte de nosotros haya olvidado esta página memorable de nuestra historia. Una tradicional sentencia nos señala a los argentinos: la Patria se hizo a caballo. Esta gran muestra de guapeza y fortaleza moral, también. Mantenerla viva en el recuerdo colectivo será un justo homenaje hacia ellos y además, un invalorable  estímulo para animarnos a asumir otros desafíos.

sábado, 26 de abril de 2014

Colado entre Ricoteros

Este texto fue subido al facebook el 13-4-2014. de inmediato tuvo una sorprendente repercusión: a diez días (23-4-) más de 1700 personas lo han compartido, lo que nos determina incluirlo en este blog.

Siempre me han interesado las manifestaciones populares y me encanta mezclarme en ellas para analizarlas.

Por otra parte, desde muy joven he sido curioso. Cuando tenía 25 años – 1971- me tuve que caracterizar como  hippy para mandarme sin llamar la atención, en el “Paradiso” (Ámsterdam), que era el mayor centro de reunión de drogadictos de toda Europa.

Esta vez – debo reconocerlo- la decisión de concurrir la tomé con retardo: en la tarde del sábado. ¿Qué me motivó ayer esta decisión tardía? Pues la recorrida que hice en moto al mediodía, por toda la ciudad.

En cada detención solicitaba permiso para tomar
fotos y no sólo ninguna me fue denegada sino que muchos me pedían posar con ellos. Luego venía el diálogo para saber de dónde provenían. Aunque muchos ya estaban recontra  pasados a esa hora, no escuché ninguna grosería ni gesto alguno que disgustara, con una sola excepción: un chico me dijo “abuelo”, siendo que aún no me  había quitado el casco enterizo que me tapaba las arrugas y las canas.

Volviendo desde Urquiza al Oeste, debí sortear unos
6 km. de autos uno pegado al otro que ingresaban. Indudablemente venían al espectáculo: marchaban en fila india.

La avenida
Pedro Jurado era, desde Urquiza hasta Artigas, una sola fiesta: grupos de jóvenes con sus carpas y “trapos”, haciendo su asadito, cantando y bailando al son de temas del Indio en sus equipos del alto volumen. En uno de ellos, yo tomaba la foto desde la moto y al advertirlo, me invitaron a bajar para retratarlos más de cerca y para que salieran más visibles los chorizos de la parrilla, además de invitarme a compartirlos.

La amabilidad era multiforme: en Plaza San Martín, un grupo de puntanos de Villa Mercedes me invitó gentilmente a compartir su porro. Les tuve que decir con igual cortesía, que el médico me ha prohibido fumar….

Frente al Tribunal me detuve a charlar con unos montevideanos y llegar a la fuente, con un grupo de Corrientes, capital.

La franja de edad mayoritaria oscilaba entre los 20 y los 30 años; había de todos orígenes, condiciones sociales, nivel
de estudio -varios profesionales-





Pero la nota común era la alegría y buena onda. No advertí ningún gesto grosero y ni me sentí incómodo. Con una sola excepción: en Plaza Ramírez, mientras fotografiaba a un muchacho que a torso desnudo dormía en el capot de un auto, de golpe se despabiló y se me vino encima. Pero para abrazarme y decirme que yo era “lo más grande que hay” unas siete veces. Me costaba librarme de ese “abrazo del oso”. No porque rechazara tan espontánea expresión de afecto, sino porque el pobre me estaba mamando con el aliento…

Después de la siesta di otra vueltita por la Plaza San Martín y ahí ya tomé la decisión de ir al hipódromo. Por qué? Y bueno, si todo este mar de gente ha venido
a Gualeguaychú para ver un espectáculo, ¿cómo no ir yo que lo tengo a unas cuadras? Además, mi mente se iba a la añorada década de los 50 con sus bailes de Independiente etc, en la que ni por asomo podíamos imaginar que algún día veríamos esto en Gualeguaychú. Claro, muchas cosas han cambiado: las comunicaciones, los puentes las rutas, la libertad de los jóvenes para viajar y fundamentalmente, nuestra privilegiada ubicación geográfica.

"Toto" Vera
a las 20,30 me llevó en su auto hasta Alem y 3 de Caballería. Cuando me asomé a Del Valle y miré hacia el oeste, era literalmente un río humano que avanzaba con gran algarabía. Si bien la vista no me daba, estimo que esa corriente humana venía desde Rocamora y no era de vereda a vereda, sino de pared a pared ¡y muy compacta!.

No había comprado la entrada, pero por suerte me encuentro marchando
al lado de Juan Boari quien me indicó en Av. Parque había un puesto de ventas.

Sentí emoción al pasar por la Aduana: Un numeroso grupo de jóvenes se había encaramado en sus escalinatas y desde allí con sus cánticos hacían de “teloneros” con los temas de Los Redondos, que la multitud repetía.

De golpe sentí que yo no era nadie; claro, era él único que no sabía las letras de los temas. Por suerte, rápidamente me aprendí un estribillo que me sacó del paso y empecé a cantar de viva voz: vamo los redoooo, vamo los redooo…. yo soy redondo hasta que me muera…

Al llegar al puesto  y amablemente orientado por la guardia uniformada del lugar, compré mi entrada -$400- pero sorprendentemente, luego en los controles, nadie me la pidió. Por otro comentario en este medio, de Adrián Ovalle, veo que eso ha sido general y francamente, no lo entiendo.

Al ingresar como viejo que soy, tuve la previsión de pasar por los baños químicos en forma “preventiva”. Después, no había necesidad de preguntar por donde seguir: la marea humana te llevaba. Llegué a unos
200 m del escenario, pero no pude ver el indio ni la flecha: tuve la desgracia de que tres jirafas se estacionaron delante de mí. Es más, no veía ni las pantallas de led. Cuando la gente saltaba, pasé momentos de zozobra, no fuera que alguno cayera sobre mis ya sufridos pies.

Pese a los empujones, resbaladas en el barro, caídas etc, no presencié  ninguna escena de violencia, siquiera verbal. El humo de marihuana se enseñoreaba por entre las narices. Seguramente por ser petiso no aspiré tanto.

Después de una hora, cuando ya había observado lo suficiente, emprendí la retirada. Como la gente ocupaba los sitios con tierra más firme, para poder avanzar, debí hacerlo por entre el barro y mis zapatos se enterraban hasta el empeine.

Lo sorprendente fue ver que, por Av. Parque, a una hora de iniciado el espectáculo, el río humano no cesaba de ingresar.

Fabio Britos
, que vino desde Santa Cruz, me contó que al estar taponado el acceso sur, su ómibus debió ingresar por la ruta 20 y al no poder avanzar más, debió bajarse con sus valijas frente a Carrefour y encima, sin remisses.

Hoy me contaba un grupo alojado en Pueblo Belgrano, que desde ahí tuvieron que ir a pie hasta el hipódromo, ida y vuelta. Eso si: igualmente estaban chochos de la vida.

En resumen, creo que en general Gualeguaychú ha pasado bien esta prueba
y habrá tiempo para corregir todo lo que faltó, en materia de accesos a la ciudad, lugares para contener tan multitudinaria concurrencia etc

Creo que los que se quejan por los asados en las veredas etc., deberían también ser más comprensivos del fenómeno y aportar ideas positivas.

Sigo compartiendo las inquietudes del grupo “Convivencia”, no creo ser incoherente; sólo que entre todos debemos capitalizar estas experiencias.

Pero lo de ayer, será para evaluar y meditarlo largamente.


Mientras tanto, me estoy estudiando las letras ricoteras, para ver si termino de entender todo esto.

viernes, 4 de abril de 2014

Pablo Haedo: Carrozas y mucho más...

Si alguien pregunta hoy por Pablo Haedo, probablemente la reacción mayoritaria  no  pase de un: “ah… ¿el de las carrozas?” No es culpa de la actual generación; en todo caso, es de los viejos que lo conocimos y no lo difundimos.



Para subsanar en parte esa omisión, vaya este aporte orientado a que se conozca  lo que  hizo Tito en su vida, además de  su aporte a la naciente actividad carrocera.
Se llamaba Pablo Gregorio Haedo, hijo de Gregorio Eusebio Haedo  y
Paula Claudia Doello Jurado. Nació en Paraná el 25/9/1912 y como él solía decir, por una casualidad no fue un gualeguaychuense nativo, lo que nos recuerda el caso de Olegario V. Andrade. Llegó acá con pocos meses de edad y los 16 años  se radicó en Necochea, donde completó sus estudios secundarios. Allá, a los 18 años compuso con Carlos Bello un Himno del Estudiante.

A los 22 se trasladó a Bs. Aires y en 1934 se incorporó al Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”-actual Museo Nacional- del que era Director desde 1923, otro gualeguaychuense olvidado: el científico naturalista Martín Doello Jurado, tío suyo.

Allí se incorporó al equipo de Eduardo Casanova,  uno de los científicos que trabajaron en la excavación y restauración del Pucará de Tilcara en la Quebrada de Humahuaca, Jujuy. Antes, lo habían hecho: su descubridor en 1908, el gualeyo Juan Bautista Ambrosetti y desde 1929, su alumno, Salvador Debenedetti . Casanova - discípulo de éste-  realizó la siguiente etapa a partir de 1948. Puede decirse  que Pablo Haedo fue su mano derecha en esas tareas, realizadas con el apoyo de la Universidad de Buenos Aires durante dos décadas, si se incluyen los trabajos en Angosto Chico desde 1938. Casanova lo menciona como tal en sus libros; luego Haedo dictó conferencias en el propio museo y un ciclo de charlas radiales en Buenos Aires.

Sus familiares conservan los apuntes en que Tito consignaba las ubicaciones, medidas y posiciones de los yacimientos, con dibujos  a lápiz de las construcciones y tumbas que se iban encontrando. Su minuciosidad nos recuerda los apuntes del Perito Moreno.

Los largos años de permanencia en el Norte influyeron en su espíritu sensible para su identificación con aquellos los pueblos originarios y su reconocida inclinación por el folklore.
En 1956 vuelve a su pago “casi natal”, trasladado al gabinete de ciencias naturales de la ENOVA que, a iniciativa suya, lleva el nombre de Martín Doello Jurado.

Y ahí recomienza su vida, en la etapa más conocida entre nosotros. También fue maestro de actividades prácticas que nos enseñaba en el sótano de la escuela. Pero su verdadero destino y punto de encuentro como Maestro de Juventudes  – lo era a carta cabal- fue la Sección Comercial Nocturna creada en esa escuela.

Allí concurrían jóvenes que venían cansados de sus respectivos empleos. Pero con el entusiasmo que les insuflaba Tito y el apoyo generoso del Prof. Luis Borgogno (que también lo consideraba un Maestro) más la circunstancia de tener entre sus alumnos al eximio escultor Luis Benítez, aquel grupo hizo maravillas. Como aquellas magníficas carrozas que hoy se recuerdan: “Dragón Chino”,” Pasaje del Combate de San Lorenzo”,” La primavera en  mundo de los duendes”,“El Trono del Inca”.

O las que proyectó para las alumnas de su otra promoción mimada (1970), como “La garza y el río”,”Vuelo primaveral” o “El Castillo de la Primavera” que fue la primera en utilizar telgopor.

Aquellas proezas artísticas hicieron que Pablo Haedo, junto a otros grandes de la época, como Blanca Rebagliatti y Martín Scotto, se convirtieran sin proponérselo en referentes obligados de la emergente fiesta.

Fue asesor y guía del Club Colegial en la Enova pero también lo consultaban alumnos de otros colegios y entre las bocanadas de su pipa con que pautaba sus reflexiones, no sólo los orientaba en lo específico para sus carrozas, sino que fue su sabio consejero y Maestro de la vida.

Era un artista múltiple: dibujaba a lápiz; hacía tallas en madera, marfil, cobre, pintaba acuarelas y esculpía. Hizo exposiciones de sus trabajos en el Instituto Magnasco, en Victoria y otras ciudades. Era aficionado a la fotografía y tenía un gran apego por el folklore; fue glosista del Conjunto Gualeguaychú, que integraba con Lorenzo Macías, Amaury Fazzio, Carlos Apesteguía, Rafael Cortés y Luis Barreto. Participaba en sus giras y compuso una chamarrita dedicada a Gualeguaychú. Dictó conferencias sobre temas de arqueología, el arte y la tradición. En 1975 prologó el libro Conferencias de Elsa Beatriz Bachini.

Amaba el teatro, dirigió la obra “Lina”, escrita por su alumna Teresita Ferrari (40 representaciones) y colaboró con muchas otras. Era un lector empedernido y un dechado de cultura.

Escribió magnificas poesías, además de numerosas notas de difusión.  Profesaba la fe  católica y sentía una profunda devoción por San Francisco, de quien hizo una magnifica talla en lapacho.

Pablo Haedo falleció a los 65 años, el 6 de Julio de 1978.

Encontró en su alumnado los hijos que no tuvo;  creía y esperaba mucho de ellos, los alentaba sin dejar de les advertirles los peligros, o marcarles los errores, les mostraba el camino y así consiguió muchos resultados.

Billy Nikodem al proponer su nombre para el colegio que impulsó, delineó su ejemplo en magnífica síntesis: “Pudo haber sido un renegado de la vida; fue en cambio, una fuente de luz para las generaciones futuras”