martes, 14 de octubre de 2014

Gato y Mancha: Una proeza Argentina.

Los dos caballos criollos que asombraron al mundo
GATO Y MANCHA: UNA PROEZA ARGENTINA

     Algo debían tener las pampas argentinas para que tantos extranjeros, luego de admirarlas, se quedaran a vivir entre nosotros. Roberto Cunningham Graham fue uno de ellos y recaló en Gualeguaychú. Hasta peleó junto a López Jordán. Otro fue el suizo Aimé Félix Tschiffely que pasó por Londres y llegado a la Argentina, no quiso cambiar más de paradero. Luego de recorrerla, se afincó como profesor en un colegio de Quilmes. Ambos eran amigos y fue el escocés el que contagió al suizo su admiración por la raza de caballos criollos. No está demás recordar que cuando Cunningham volvió a su país, atravesaba Londres montando orgulloso su caballo argentino, para ir a cumplir funciones en el Parlamento.

     Don Aimé tenía dos pasiones: una era recorrer  el continente americano y la otra, la que le había transmitido su amigo. Y un día, ambas se unieron en una idea: hacer la travesía con los caballos criollos. Conocía la raza y sabía que ninguna otra reunía las condiciones de rusticidad y fortaleza que se necesitaban. Y resuelve contactar al Dr. Emilio Solanet, criador de esos equinos. Sus padres, Felipe Solanet y Emilia Testevín, habían fundado en Ayacucho -1880-  la estancia Los Cardales. En 1911, el hijo eligió un lote de padrillos y yeguas de las manadas de la tribu tehuelche del cacique Liempichún.

     Cuando se establece el contacto, en 1925 Los Cardales había conformado un plantel de esa raza que le otorgaba prestigio.  Y ahí acudió el inquieto suizo. Emilio Solanet  no sólo compartió la idea. Fue tanto su entusiasmo, que le ofreció dos de sus mejores ejemplares: Gato y Mancha,  de 15 y 16 años. No eran fáciles: criados en la Patagonia, ya habían puesto en aprietos a  varios domadores. Acababan de recorrer 3.000 km. con troperos que iban de Ayacucho a Chubut, casi un entrenamiento para lo que les esperaba.
EL RAID

     Luego de unas semanas de preparativos, la partida se concretó el 23 de Abril de 1925, desde la Sociedad Rural, en Palermo; la meta final era Nueva York. Un primer inconveniente fue la imposibilidad de llevar carpas; no existían las telas livianas actuales que permitieran ser portadas a caballo. El raid se hizo en 504 etapas y un promedio diario de 46 km. La primera parte por territorio argentino culminó en Salta. De allí cruzaron a Bolivia, donde les tocó enfrentar enormes dificultades. Como el paso El Cóndor entre Potosí y Chaliapata, a 5.900 m de altura, con temperaturas de hasta 18° bajo cero. En Perú debieron sortear el famoso desierto Matacaballos. En Centroamérica soportaron las pestes de las selvas húmedas y entre Huamey y Casma atravesaron treinta leguas con temperaturas de hasta 52° a la sombra. Sin agua ni forraje, sus patas se hundían entre 15 y 30 cm. en la arena caliente.

     Tschiffely relató después que  en más de una ocasión  estuvo a punto de renunciar, tanto por él como por  sus caballos: "Al llegar a los desiertos del Perú sentí que me abandonaban mis fuerzas. Repuesto de un desmayo prolongado, observé a mis dos bravos compañeros y tuve la sensación de que mi raid había terminado. Apenas tenía fuerzas para levantarme;  Mancha y Gato, con la cabeza baja, resoplaban ansiando aire, asfixiados en un ambiente de infierno”. Pero en cada ocasión, recordaba una frase que le había dicho Solanet al entregarle los caballos: "Si usted resiste, mis pingos no lo van a dejar". Eso le devolvía la fuerza para seguir  y los heroicos pingos, en cada dificultad, se lo volvían a demostrar.

      A ello se sumaba el vínculo espiritual establecido: “Mis dos caballos me querían tanto  que nunca debí atarlos y hasta cuando dormía, en alguna choza solitaria, sencillamente los dejaba sueltos, seguro de que nunca se alejarían más de algunos metros y de que me aguardarían en la puerta a la mañana siguiente, cuando me saludaban con un cordial relincho”.

LLEGADA TRIUNFAL

      Y así siguieron; en más de una ocasión debieron cruzar a nado, ríos desbordados con fortísimas correntadas; también, regiones dominadas por bandoleros: todo lo pasaron. En Méjico, Gato fue lesionado por la patada de una mula y lamentablemente no pudo continuar la marcha.

     Sus compañeros siguieron y  el 20 de Septiembre de 1928, llegaron por fin a Nueva York.

     No estaban solos: a medida que el raid avanzaba, el mundo entero adhería con asombro y admiración. Acá había pocas radios, la TV no se conocía, pero los diarios argentinos informaban de la travesía. Estados Unidos se conmocionaba a su paso y Europa palpitaba la hazaña por obra de un prestigioso propagandista que desde Londres se encargaba de su difusión: Roberto Cunninghan Graham.

      La jornada final fue apoteótica; la autoridad local había dispuesto una medida que sólo se toma en circunstancias excepcionales: se cerró el tránsito de la 5ta Avenida para que el público pudiera volcarse y aplaudir a los héroes. Cruzaron Manhattan hasta llegar al City Hall, donde los esperaba el Alcalde de Nueva York, James Walker acompañado de sus funcionarios y el Embajador Argentino Dr. Manuel Malbrán. Allí recibieron la Llave de oro  de la ciudad. Luego, los dos caballos fueron alojados en el Cuartel Central de Policía, cerca del Central Park. Un final merecido; habían pasado tres años y medio a lo largo de 21.500 km. por los 20 países  que dejaban atrás.

      Tres meses después, el 20 de Diciembre de 1928, llegaron en barco a Buenos Aires, donde tuvieron otro recibimiento multitudinario. Pero Gato y Mancha tuvieron un premio adicional: volver a retozar por sus añoradas pampas en Los Cardales.

DESPUÉS DE LA HAZAÑA

     Allí quedaron, al cuidado del paisano Juan Dindart hasta que murieron en 1944 y  1947. Ambos se encuentran embalsamados en el Museo Histórico de Luján.
Tschiffely siguió viajando por  América y Europa – ahora era famoso- pero siempre volvió a su Argentina. Dos años después, regresó nuevamente a  “Los Cardales”  para visitar a sus nobles compañeros. Bastó un silbido suyo para que Gato y Mancha lo reconocieran y vinieran al galope para saludar a su guía.

      En 1936 Cunninghan Graham, ya anciano, regresa por última vez a la Argentina. Quería conocer a los célebres caballos. Solanet lo invitó a  visitarlos en su campo, pero una repentina enfermedad le impidió a Don Roberto viajar. Por tal motivo, Solanet hizo los arreglos para que fueran entonces los caballos, los que visitaran a su admirador y propagandista, ya muy grave ¡en el lobby del Hotel Plaza! El encuentro no fue posible: cuando llegaron, acababa de morir.

      Al día siguiente, Buenos Aires entero se sumó al cortejo que acompañaba hasta el puerto los restos del ilustre visitante. Aunque muchos concurrieron también, para ver una vez más a la noble escolta que acompañaba al féretro: Gato y Mancha.

      En 1954 falleció Aimé Tschiffely. Por una disposición de última voluntad, transmitida por su viuda Violeta Hume, sus restos descansan junto a los de sus queridos caballos. En 1999 se sancionó en homenaje a estos, la Ley Nacional 25.125  que instituyó el 20 de Septiembre –el de su llegada a N. York- como Día Nacional del Caballo.

      Han pasado ochenta años. Talvez, la mayor parte de nosotros haya olvidado esta página memorable de nuestra historia. Una tradicional sentencia nos señala a los argentinos: la Patria se hizo a caballo. Esta gran muestra de guapeza y fortaleza moral, también. Mantenerla viva en el recuerdo colectivo será un justo homenaje hacia ellos y además, un invalorable  estímulo para animarnos a asumir otros desafíos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario